Recuerdo una frase que mi papá usaba, parte en broma y en parte para intentar expresar su amor por el Bonsi, parafraseada de alguna canción popular: “Cien perritos han pasado por mi vida… pero solo uno me ha robado el corazón…” y se pegaba la carcajada.
Sobra decir que el Bonsito amó recíprocamente a mi papá, y cuando él se fue de la casa por la separación y posterior divorcio de mi mamá, ese perrito vivió una especie de corazón roto… aunque fuerte como fue sus casi 19 años de vida, siguió siendo un alfa perfecto y el perro que me conecta a mis años de transición de la niñez a la adolescencia e inicios de la vida adulta.
Fue más una especie de “hermano canino” junto con el Canchito, para mi hermana y para mi. Lo vimos llegar hecho una bolita color negro cuando ambas estábamos en primaria y lo despedimos siendo un ancianito ciego y encogido cuando ambas éramos ya adultas funcionales.
De los dos, el Canchito fue siempre más débil aunque era más joven, y es así que él cruzó el puente del arcoiris primero, lo cual marcó el inicio del fin para ese anciano que se resistía a partir. El Bonsi no lo sobrevivió ni el año, apagándose en unos meses al quedarse solo. En un intento por ayudarlo en esa soledad decidimos que era adecuado buscarle compañía por lo que intentamos la adopción por primera vez en la vida.
Tanto mi hermana como yo éramos afines a la labor de AMA desde hacía tiempo, intentando colaborar como voluntarias con tiempo, dinero o difusión, por lo que sin pensarlo, revisando las fotos de tantos perritos en adopción, coincidimos las tres (con mi mamá) en que Abril era la elegida para llegar a casa.
En aquel momento, la fotografía que vimos era de su estado ya recuperado, solo meses después nos compartirían cómo había sido rescatada de las calles: un estado deplorable.

Yo fui la designada en ir a traerla a la casa de una pareja de voluntarios que accedieron a traerla desde Mazatenango, en donde estaba su hogar temporal. Recuerdo que cuando llegué y me la dieron noté que era urgente bañarla por lo poco agradable de su… aroma. Pero eso no importó porque desde ese primer encuentro hicimos click.
Antes de llegar a casa, le pasé pagando un baño y le compré un vestidito color amarillo. Jamás olvidaré la escena del muchacho del grooming acicalándola y ella, amablemente, extendiendo su manita, algo que sería su trademark. Y allí, me derritió.
Eso sucedió en junio del 2010, y dado que el Bonsi vivió casi 19 años, hubo una época en que esperaba que ella sobrepasara los 15 años conmigo. Nunca supimos qué edad tenía, aunque asumimos que tendría un poco más del año porque su pelaje cambió a los pocos meses de estar en casa…
A finales del año pasado, en diciembre 2022, le dije a mi hermana “esta es su última navidad”, viéndola cómo empezaba a deteriorarse en algunos aspectos. Ya estaba casi ciega, y aunque de ánimo fue siempre muy constante, se mantenía más adolorida y su corazón estaba fallando.
Este año iba a cumplir 13 años desde su adopción y estaba claro que el Bonsi fue una especie de Matusalem que me alteró completamente las expectativas. No había modo que la Abril Bowie (porque así fue bautizada al cabo de unos días por tener un ojo azul-blanco) alcanzara esa marca.
Y entonces llegó el martes 7 de febrero, un día casi en su totalidad de lo más normal, con excepción de que al subir alrededor de las 9 pm, siguiéndome como siempre, el esfuerzo fue tal que su corazón sufrió un infarto y apenas llegó a mi dormitorio.
Los siguientes “minutos” – que recordaré como los más largos de mi vida – me parecen todavía un remolino. Lo claro es que la abracé, la besé tanto y la empapé con mi llanto diciéndole que se fuera en paz, que yo estaba bien, que era la mejor perrita del mundo. Y mi hermosa se convirtió en ángel. Y voló.
Salté del día de su adopción a 13 años después, al duro momento de nuestra separación física porque, ¿cómo resumir esos 13 años con una perrita como la Abril?
Fue mi rockstar, hubiera sido perfecta para un programa de TV porque era la anfitriona perfecta – tuvimos un par de apariciones ante las cámaras invitando a la gente a considerar la adopción, gracias a AMA -, su personalidad llenaba la habitación y no había modo en que la ignoraran. No señor, si alguien se hacía escuchar esa fue mi hermosa. Y Dios guarde que alguien cediera, quizás en el afán de que se callara un poco, a rascarle la cabeza, el lomo o su favorito: ¡las nalgas!, porque el efecto era el contrario a lo esperado: demandaba más.


Jamás fue agresiva o mordió a alguien, ni perro ni humano. Una excepción fue una persona que ayudó por algún tiempo con limpieza en la casa, que curiosamente a ella no le caía bien y le agarró la pierna (sin fuerza ni daño, solo como aviso, de lo más suave) cuando pasaba a la par. Y justo, el tiempo le daría la razón a ese instinto protector.
Y conmigo, ay Dios mio… me amó tanto que aún escribir esta línea me cuesta porque me saltan las lágrimas. Fue mi sombra, mi fiel compañía en mis meditaciones, el amor peludo de mi vida.

Nuestro amor permanece, y escribo esto teniendo enfrente la pequeña caja de madera que albergan sus restos físicos, más no su almita. Esa almita es libre, es energía que se transformó y se quedó cerca para echarle polvo dorado de recuerdos felices a mis días.
Te amo Abril Bowie….
Guatemala, 1 de marzo 2023. Tres semanas desde este nuevo ciclo sans Bowie.
ps. Mi agradecimiento por siempre a Suzanne Rivera de AMA por su labor, a Ita Perdomo y a su mamá por rescatarla de la calle en Mazate y a la pareja de voluntarios (de quienes no recuerdo su nombre) que la trajeron a la ciudad aquel junio 2010.
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